martes, 1 de septiembre de 2009

Anthony Alvarado Venezuela

Anthony Alvarado (Venezuela)
Paraguaná, 1982. Poeta, ensayista. Ha publicado Piedras Sobre la Cruz, Antología de la cueva, Introducción al Manifiesto de los Muertos, además de artículos y poemas en diferentes publicaciones de Falcón. Pertenece al Grupo Tiquiba, la Fundación Literaria León B. Weffer y colabora con el Grupo Musaraña.



Mis modales ya no tienen remedio

Vivo atado a modales de simio.
Salto huecos en la avenida,
en las aceras me dejo llevar por
la muchedumbre como en manada,
hago malabares en el tendido eléctrico,
le rasco la espalda y le extraigo los piojos,
al jefe de la cuadra para que no me deje sin trabajo.
Subo las escaleras a cuatro patas,
-creo que la ciática me dará una certificación
y me elevará a la condición de jorobado-.
Me entrometo en los festines sociales
donde otros, igual de simios,
me dan pelea por las sobras.
Sus modales no son los más indicados
para una fiesta, llevan los cabellos cortos,
el rugido ronco por los aerosoles del asma,
un perfume barato que disimula olores residuales.
En ninguna ocasión mi conducta de simio
me ha sacado de aprietos, si no bastara,
vivo bajo estricta vigilancia de la ley.
Considéreseme un ciudadano alterno,
pero ¡por favor!
no quiera parecérseme.

*

En la vía pública

Andaba como un cráneo, sujeto de vértebras, tendones, tejidos.
Andaba como un hueso, pendiendo, oscilando,
siempre como péndulo de mármol y concreto.
Andaba como un crucifijo, una línea que desgarra la carne
y un travesaño que secciona el alma.
Andaba en fragmentos, propios e impropios,
sin sujeciones o bisagras que concentraran este cuerpo desecho.
Desarmado por los pasillos, en la estación de buses.
Desmembrado como hormiguero zigzagueante,
a punto de putrefacción y huesos, sustituido por prótesis
que robaban mis movimientos.
Cosido por los músculos blandos y los tendones frágiles.
Descosido entre las junturas y los pliegues del asco,
entre cabillas y tuberías improvistas.
Trastocado por los latidos y el recorrido de la sangre
que escapa por las heridas practicadas a este occiso
apuñaleado entre la noche y el alba,
entrecortado y desmembrado como una flor sin pétalos.

*


Vida suicida

En la autopista, debajo de los puentes,
bajo el cobijo de un poste a punto de caer
(con su tendido eléctrico pendiendo de un hilo),
en el estacionamiento público,
sujeto a las contingencias del clima,
a las oscilaciones anímicas de los vecinos.
Caminar por el laberinto asfáltico con la disposición
inequívoca de que me peguen un tiro.
Cruzar la calle entre la velocidad y la imprudencia,
mantener la compostura ante el fantasma del hambre.
¿Quién necesita deportes extremos?

Aquel que quiera el suicidio sólo precisa vivir.

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