martes, 1 de septiembre de 2009

Enrique Winter Chile

Enrique Winter (Santiago de Chile, 1982). Publica Atar las Naves en 2003, un anticipo de Rascacielos en 2006, Rascacielos en 2008 y, prontamente, unas traducciones de Philip Larkin. Integra discos, revistas y antologías como El Vértigo de los Aires: Poesía Latinoamericana (1974-1985) en México y Hofstra Hispanic Review en Estados Unidos (2007). Es traducido parcialmente al inglés y al portugués. Recibe el primer premio del XI Festival de Todas las Artes Víctor Jara (2003) y las becas de la Fundación Pablo Neruda (2002), del Premio Mustakis - Biblioteca Nacional (2003) y del Consejo del Libro y la Lectura (2005). Es editor de Ediciones del Temple y abogado, reside en Valparaíso.



SOLTAR LA CUERDA




Nunca aprendimos a saltar la cuerda.
Mis padres la olvidaron
en el bazar de Presidente Errázuriz
dos nueve cero uno.

Al techo del lugar sigue amarrada
balanceando a mi abuelo.









CABOS SUELTOS




I

Tragedias familiares. Llaman tarde a la puerta
y buscan al hermano grande. Eslavo sin nietos.

Vuelven vacíos ciertos buques,
nadie describe el timbre y su humarola
en un pueblo sin gente,
que viaja desde un continente a otro,
cual vino de las copas a la caja marchita.

Las cuerdas. Sé donde las tiran.

Los aparejos de los españoles
los reciclaron en las mismas plazas.
La Lira Popular pendió de los cordeles
como de los cuadernos el colgado escolar.

Nunca pensé hacer un periódico
o un juego, tanta mi aversión
a la falta del aire, la ley de gravedad
cuando se muerde uno la lengua.




II

Tengo otro ramo el sábado al almuerzo
donde se ata el murmullo de arrugas y relojes,
de los viajes en barcos que se odiaron.

Yo me imagino ante esos buques
copiando la mirada que al balón
da el muchacho que eligen último.

Traer más niños a este mundo…
son mi abuela y mis padres tres puntos suspensivos
posteriores al hecho
que hay gente que se aburre de vivir de rodillas
y prefiere colgar como un móvil de cuna.




IV

Tantas noches de bodas
y de mis hombres no guardo ni el nombre,
más que sus ritos de rasgarme el velo
frente a la tos de aquel Mapocho,
que es ésa de mi abuelo.

Bogan sobre su curso sentencias de mi madre
- la más brillante llama
es la primera en apagarse.

Y lo admito: mi canto es huero
como un globo en el cumpleaños
del que infla mi vientre.

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